Cuando alguien me dice que quiere ser abogado o que está empezando en esto, siempre contesto así, cual bendición gitana: “si quieres sobrevivir en la profesión, solo espero que tengas mucho sentido del humor”.
Eso era antes del Estado de Alarma, por supuesto. Ahora la cosa empieza a no tener ni puñetera gracia.
Perdonen la expresión, pero creo que hasta me quedo corta. Porque una cosa es gestionar con problemas ajenos e intentar sobrellevarlo con una sonrisa y otra que nos vean como un problema, nos traten como tal y acabemos siendo un proyecto de hazme reír.
Como ejemplo, quedará para los anales de la historia aquel autor anónimo que escribió que estaba prohibido para los abogados salivar expedientes al hojear. Parece el título de una tragicomedia, sin duda, pero la realidad, en nuestro caso, siempre supera la ficción.
Esta profesión, en la que estamos sometidos a muchísimo estrés, donde no nos comprenden ni nuestros familiares y amigos de la infancia, los cuales, pese haber sufrido nuestras peleas en patio de colegio, adolescencia con sus males de amores, ahora, nos miran atónitos, mientras nos soportan a diario con nuestras penas, viendo como seguimos descolgando el teléfono en cualquier reunión, mientras decimos en nuestra defensa que es muy urgente, aunque a veces no lo sea, ya que desconocen que hay un alien que se apodera de nosotros y nos obliga a responder… Hay que llevarla con algo de humor, porque sino sería un sin vivir y un sin dormir.
El trabajo se hace llevadero gracias a los compañeros que son los únicos que entienden de que va y lo que tenemos que ver, oír, y a veces, callar y aguantar.
Por eso, dado que nadie nos entiende y comprende como nosotros, tanto en lo bueno como en lo malo, tenemos que hacer visible lo hasta ahora invisible y quizás, pasado por alto. De ahí la importancia de estar unidos, ya que sólo la unión hace la fuerza; empatizando y apoyándonos de tal manera que lo que le hagan a alguno de nuestro colectivo, lo suframos todos, porque un compañero no debe, ni puede, sentirse solo ante desigualdades patentes.
Pues bien, hace poco escribía que siempre hubo clases al referirme a la privación de nuestro derecho a descanso por vía decreto. Pero eso solo era la gota que colmó el vaso, al cual no le basta con rebosar, porque cada día llegan más gotas y ya vamos camino de morir ahogados… Ha pasado de empezar una desescalada a ser un despropósito en toda regla y sin reglas. Toda una película de Western jurídico.
Hoy, tenemos el vídeo del compañero, esperando en la calle para celebrar su juicio. Y no me queda otra que ponerme en su lugar. Hoy es él, mañana puedo ser yo. Si ahora callo, no podré quejarme si en breve también me pasa a mi. Así que me pongo en su lugar y me planteo como me sentiría. Pues bien, voy a ser muy clarita: me veo como el perro que atan a la puerta del súper y que sabe que tiene que ser paciente y obediente. Si lo es, quizás el que manda no le de un premio al salir, pero tampoco un coscorrón como haría si se portara mal y ladrara.
Pero aquí hay una gran diferencia pese a que el trato jurídico se resuma entre los que tienen derecho a estar dentro y los que esperan en la calle. Nosotros no dependemos de un humano que se cree superior solo por su condición humana que no divina. Lo que está bien está bien, pero lo que está mal hay que decirlo.
Nosotros somos iguales de colaboradores que los que no esperan fuera y somos como mínimo igual de esenciales. Se pueden dar atribuciones para mejorar el sistema, pero nunca debe servir por discriminar a los que son un igual.
Mi humilde análisis cuenta con dos actores en un escenario de igualdad, donde uno manda porque puede y otro acata dando ejemplo de un respeto que no le tienen. Y ese es el matiz diferenciador que nada tiene que ver con el Covid, sino más bien con otros virus de los que nos creímos inmunes con permisividad y paso del tiempo, y como no hemos querido vacunarnos, cada vez hay más…
Sean coherentes y, si permiten esto, luego no nos vengan con el cuento de la colaboración. A un colaborador se le trata de igual a igual, respetando su persona y su profesión pues así se respeta al colectivo que representa, actuando en consecuencia.
Ahora bien, sino respetan a este compañero, el cual no es el único al que le está pasando por desgracia, he de entender que tampoco respetan su profesión, colectivo y por ende, las instituciones que le representan, las cuales espero se hagan eco.
Nos han pedido que colaboremos con la Administración de Justicia.
Y yo pregunto: ¿Para cuando la Administración de Justicia colaborará con nosotros?
Le sugiero que donde se estén permitiendo estas desigualdades de trato, se empiecen a hacer test GRATUITOS (que nos conocemos) inmediatamente a mis compañeros con señalamientos y así cesen a la mayor brevedad semejantes discriminaciones con operadores jurídicos esenciales y no haya excusas al respecto.
Una cosa es colaborar y otra muy distinta es dejarse atropellar.
Rosalía Pascua
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